Los días en que el agua amanece congelada en la pila y las mangueras aún no llegan, dicen los habitantes de la Siervita y la Joya.
“Hace el mismo frío del año pasado, todavía no llegamos a eso de que se congele el agua”, asegura Jaqueline, quien es vecina de una comunidad cercana y hace dos años llegó a vivir con su esposo a la Joya.
“Lo que hago es esperar a que salga un poquito el sol, ya luego me pongo a lavar trastes y ropa”.
“Meta la mano al agua, no está fría”: dice Jaqueline sonriendo. El líquido está casi al punto de congelarse pero ella echa y saca la jicara y remoja sus trastes con toda calma.
“A finales de diciembre y enero viene el frío”, predice la joven.
Hasta 2 perros a los que llama Mati y Roger resisten sin prisa el frío que congela aún con el sol puesto las manos, los hombros y el rostro.
En su pequeña casa no tiene las comodidades deseadas pero al menos cuentan con un calentador solar y una estufa de gas. Lo que otros hogares de ahí mismo en La Joya no alcanzan a solventar. Aún así el día a día es duro de soportar con el frío entumeciendo el cuerpo.
“Tenemos poco en esta casita con mi esposo, cuando hace mucho frío nos vamos con mis cuñados”.
Jaqueline hace planes para Navidad; dice que el 24 por la noche la pasarán en su pueblo y en Año Nuevo en su hogar.
En la familia Álvarez desde hace años sobreviven de contratarse en la papa y corte de avena. El esposo y los hijos de doña Chabela se van con los productores de la región por temporadas.
“Todos los días se trabaja en el corte de papa, solo cuando llueve fuerte o cae nieve no”, asegura María Isabel.
Mientras tanto, la campesina se queda a realizar un trabajo no menos complicado: preparar la comida, lavar trastes, la ropa y llevar a pastar más tarde los borregos al monte.
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